NUEVOS CAMINOS

Cuando los atardeceres
sucumban en mi cuello
se me internarán los soles de enero
en el pecho, circularán vientos
de diciembre en los músculos
de mis cuadernos
y allí estaré desprendiendo
segundos a los momentos.

Alguien me observa, lo sé.
No sé de dónde.
No lo veo, pero él si me ve,
yo lo sé.
Él está acariciando
con sabiduría
cada herida de mi ser,
tejiendo mi corazón
con las penas,
con las penas que se escurren
de los ronquidos de mi voz,
sonidos de una simple emoción.

Yo no lo encuentro,
 él es quien me encuentra,
no sé cómo. Se vislumbra
en mis pensamientos,
se mira en mi sufrimiento
 y me crucifica
en el perdón y la abnegación.

Quisiera saber su 
nombre verdadero,
él prefiere que no lo llame,
de cualquier forma
en que lo necesite,
siempre, siempre responde
con un amor inquebrantable.

No sé cuál es su plan conmigo,
me ha tomado el examen
más difícil de la vida,
y en lo complejo de sus preguntas
estoy respondiendo
como nunca imaginé
resolver todas mis dudas.

Soy su misionera,
soy el instrumento
que necesita para alcanzar
su máxima obra,
soy su servidora,
por eso he dejado de temer
a su voluntad y me he entregado
a su labor terrenal.

¡Es tan maravilloso!,
aunque muchos no lo vean brillar,
¡es tan divino!,
aunque muchos sepan
de su divinidad
y no miren hacia arriba.
Así es él, un ser infinito,
más que su mismo cielo,
más que el propio universo.

Cuando los atardeceres
revivan en mis dolencias,
sé que estará ahí
para tomar mi mano
y llevarme en su espíritu
por los senderos de la misericordia
y ahí junto a él mi sufrimiento
se transformará en gloria.

Sentiré que vivir fue el camino
que tuve que seguir
para reencontrarme con él
cuando vuelva a nacer
en sus invisibles atavíos,
en su pecho henchido de fe
que comparte conmigo,
entonces ya no lloraré,
una sonrisa será señal
de que estoy resucitando,
de que estoy con él.

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