PÁGINAS, PLUMA Y POESÍA



Llegó a mí por la buhardilla
sacrosanta epístola,
que al final de los años
el tiempo sin manecillas
reprimía el cálido estilo,
amante de la poesía
la respuesta singular ofrecida;
paulatina y con fina pluma
de roja tinta imprimía
un corazón en dos carillas.

Tiempo de abril, tarde llana,
páginas descalzas, idilio
entre manos de un camino
osado. ¡Maldita poesía!
escondida en la llama lívida
del sol al que por loar
con loca devoción de amor,
un fragmento agreste de éter
cruzó la curva que deslindó

su torso embozado de plumas.

Insondable su vida ya dormida,
flagelada, casi occisa.
Restos de un abrazo
que resbaló antes de
ser verbo y concluyó
a falta de dos brazos.
Duerme su vida, se lleva
mi aliento; le faltan lágrimas
en las entrañas y sus dientes débiles
se rompen al morder
la pluma de la poesía.

¡NO ME DEJE!, ¡NO SE VAYA!
Se caerá el mentón del viento,
la noche se inflama y no,
y no será grisalla,
¿por qué me separa el alma?,
arrancaré mis ojos
de tanta impaciencia.
No quiero quedarme sola,
no quiero contar los pétalos de su partida,
no con la vela apagada.

Se me fue su dulce presencia
y completo la mía escarchando
con el polvo de sus caricias
las últimas paredes que le quedan
a estas rejas que se oxidan con mis
anémicos suspiros.

La punta de aquella pluma
en su sien quedó, las páginas
de tanta angustia peinan
prematuramente éstas canas
 y así la poesía llegó a su
última estación con mi vida
añeja y condenada de injusticia
desde que él partió para hacerme
eterno este enloquecido dolor.

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