DOÑA JUANITA



Son las cinco de una tarde cualquiera
porque cualquier tarde
con lluvia o con sol
trae en las calles
a Doña Juanita con su balde.

Tiene más voz que estatura,
tiene coraje de trabajo
en los pulmones y en uno
de sus brazos la carga
de las humitas de sal y de dulce
pronunciadas como un canto
que al no escucharlo la tarde no existe.

A esa hora nada es normal
si Doña Juanita no se asoma
con su gorra, su falda
y sus lonas. Ella sin calambres
en sus piernas se recorre
manzanas enteras para llevar
su producto a las mesas
de muchos hogares que ya tienen
listo el café para servírselo
con un choclo o con una huma.

Tiene los mismos años de ayer,
la energía de hoy y el trabajo
de mañana; tiene mucho respeto
para sacarme todos los sombreros.

Me contó que su hija estudia medicina,
mi olfato periodístico no podría equivocarse,
detrás de ella hay una generación
criándose con el esfuerzo de una mujer
de a pie y sin vergüenza.

De veinticinco en veinticinco
va llenando su funda, de
huma en huma y de choclo
en choclo va descargando su balde
hasta llegar a su casa con las
ganancias de uno más de sus días.

Son las cinco, ésta tarde no pasó
¿o será que no la escuché?,
me empiezo a preocupar,
a Doña Juanita no le
gusta descansar,
de seguro está enferma
y mi suposición es cierta,
al día siguiente ella
despeja mis dudas.

Son las cinco, la vuelvo
a escuchar y me da alegría.
Doña Juanita, doña Juanita…
Espéreme doña Juanita
que ya bajo… le grito
desde el balcón,
mientras ella va destapando
su mercadería, abajo yo le digo:
deme un dólar de humas,
dos para la merienda de mamá
y dos para mi desayuno.
Gracias Doña Juanita.

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