LOCOS AMÁNDOSE




Estaban locos por amarse,
uno en el manicomio del encierro,
otro en el manicomio de la libertad.
Estaban locos por volver a verse,
uno esperando en la casa de Lorenzo
la visita de ese amor loco
que escapaba de un manicomio
para refugiarse en otro.

Estaban tan locos por abrazarse
que uno dormía abrazando la almohada
para sentir que amanecía junto a ella
y ella jugaba con su muñeca
Betty, la rubia vestida de novia
a la que apretaba tan fuerte
para sentir que mañana despertaría
casada con el hombre que tanto amaba.

Estaban tan locos por gritarles a todos
que no estaban locos,
que estaban aún enamorados,
que el alzhéimer
no lograba sacar del corazón
lo que había borrado de la memoria.

Estaban tan locos por levantar sus cejas,
alzar sus brazos y pedir que los arresten
para que sean condenados
en una misma celda.

Estaba tan loco por regalarle un
ramo de tulipanes que arrancó
todos los que encontró
en el jardín de su vecina.
Él la amaba todavía y no lo entendía,
sus deseos por besarla y respirar
el olor de su cabello eran incluso
más intensos que cuando la
vio por primera vez actuando
junto a sus compañeros del nosocomio.

Estaba tan loca que sin hacer nada
provocaba la ira de sus médicos.
Ella ya no sabía quién era él,
pero lo amaba como si su cerebro
estuviese solo programado para
esperar la visita de sus besos.

Estaba tan deprimido que
se había olvidado que estaba loco,
su amada en un manicomio
y sus hijos en un internado.

Estaba tan ida que seguía
creyendo que sus hijos vivían
con ella en aquel lugar,
dos muñecos de trapo
a los que aún daba de lactar.

Estaban amándose en la locura de
no abandonarse, de hacer volar
mariposas en sus estómagos,
de invitarse un helado
y de mecer a sus hijos
en los columpios de algún parque.

Estaban tan locos que ignoraban
a los que les repetían que lo estaban
y se iban amando en la locura
de hacerles caso y la cordura
de creer que eso era cierto.


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