VÍRGENES



Un día cualquiera,
en cualquier bus,
a lugares distintos
se sentó la una a la ventanilla,
la otra en el pasillo.

Hierbas jóvenes,
un corazón envejecido
y el otro recién herido,
una con los deseos
de desahogar su pasado,
la otra en la mística del sigilo.

No eran comunes,
sus casos se replican
en muchas mujeres.
Desde la ventana
empañada de la noche
recordaba que a las once
la tomaron por la fuerza
para abrirle las piernas
y violentarle su virginidad.

La del pasillo
a sus veintidós años
aún se conservaba virgen
con el corazón estrenado
por ese alguien que no esperaba
y que él esperó
para rasgarle el corazón.

Desde ese transparente
ella contaba que después
de ser violada, tomaron
su cuerpo como mercancía,
no era la única,
la acompañaban otras adolescentes
que también fueron
atrapadas por la mafia de su país.

La del pasillo
sacudía sus piernas,
sus músculos se estremecían
al escuchar esto;
ella no se entregó ni violentaron
su cuerpo, mas era la primera vez
que entregaba todo su corazón
y que a la fuerza
tenía que hacerle olvidar
ese primer amor que fracasó.

A la de la ventana:
¿quién le hacía olvidar
ese pasado que no eligió?
Todavía alucinaba
con los somníferos
que le obligaban a inhalar,
todavía era consciente
de que siempre quiso escapar
y un día lo consiguió
después de fingir respirar
aquella droga. Esperó el descanso
de sus verdugos, con astucia
tomó las llaves,
dejó las puertas abiertas
y corrió hacia la libertad
junto a otras muchachas.

Querían ser invisibles
entre los montes,
todas corrían
sin imaginar el peligro,
lograron su objetivo,
y ella, la que le dio
valor a las demás,
al poco tiempo cayó
prisionera de un hombre
que prometió protegerla.

A los catorce años
quedó preñada
de un desconocido
que más tarde la separó
de su dos hijos.

Ellos no conocen
a su madre,
ella sueña con abrazarlos,
ella no conoce de cansancios,
sigue yendo de un lugar
a otro, tratando de no dejar
huellas para quienes la persiguen.

Su vida es huir
aun cuando sabe
que más temprano
que tarde la encontrarán
y le quitarán la vida.
Su hijos son el único color
que le dan luz a su pasado.

La del pasillo
que conoció la crónica
de la que estaba a su lado
quería incinerar en la memoria
los tiempos y los espacios.
Ella recuerda muy bien
el semblante de la mujer
de la ventana
y los sentimientos vírgenes
que se fundieron
en aquel diálogo.


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