Perder a un hermano




Nunca estás preparado para nada
que te suspenda el aire
sin ningún aviso
cuando andabas muy feliz
respirando la vida,
cuando él respiraba todavía.
Nunca estás preparado para morir
y mucho menos para ver
a los tuyos partir.
Nunca la nada se te vuelve
un abismo del que se hace
difícil salir cuando sabes
que él, tu hermano
ya nunca más estará físicamente contigo.
Queda prepararte para lo que ocurre,
para eso que no comprendes,
para eso que te arrebata
lo que amas mientras
permaneces dormido.

Nunca esperas con el ir y venir
de los días
que de repente te esté esperando
una llamada, esa llamada
de media noche que te hace
girar trescientos sesenta y cuatro
grados de agonía.
Recibes la peor noticia en esa llamada
y quieres tu también morir al escucharla.
Después de 8 años de haber superado
la enfermedad cardíaca de mamá,
un golpe violento vuelve a recibir
tu corazón y tus pensamientos.

Es tú hermano, el menor de todos,
el que dejó la tierra, él que cierra sus ojos
para siempre y tu no lo pudiste
ver antes de que todo sucediera.
Un accidente, un accidente,
un accidente que te destroza
y de ese accidente tienes que escuchar
que tu hermano perdió la vida.

Las lágrimas brotan descontroladamente,
gritas, te repites que es una pesadilla,
quieres volver a conciliar el sueño
y despertarte nuevamente creyendo
que nunca escuchaste pronunciar
lo que no querías y eso se vuelve imposible.

Te quedas en silencio por momentos,
casi inmóvil, con la mirada fija
y en total desconcierto.
Vuelves a reaccionar, continúas frío,
miras fotografías
y los recuerdos van atormentando tu mente.

Éramos tres, nos quitaron a uno,
impactaron al más pequeño,
al más alegre, al más soñador,
al que muchos gozaban
y el qué tan poco gozó de la vida.

No hay palabras que calmen tu dolor,
no hay acciones que te comprendan,
todo parece un caos
y no tienes idea por dónde empezar
a ordenar cuando sabes
que te falta una pieza.

Estabas distante de tu hermano,
habitaban diferentes ciudades,
pero tenían muchas ganas
de volver a verse en diciembre,
de cerrar un nuevo año
con todos presentes.

No te explicas nada
ni tienes ánimos de recibir explicaciones.
Sabes que te falta uno
y que de ahora en adelante
debes vivir con ese faltante.

Empiezas a ver la vida más corta,
tú también te imaginas en poco tiempo
dentro de esa caja
y con locura piensas
que todo estaba escrito,
sólo que no lo habías leído.

Que son los designios, puede ser,
que está en un mejor lugar, no lo dudas,
que hay que tener resignación, no es nada sencillo.

Perder a un hermano
es como perderte del camino,
es derribarte y mantenerte de pie,
es llorar así te digan que no debes
llorar más. Nunca, nunca
dejarás de llorar la pérdida de tu sangre.
El corazón no se recupera fácilmente.

No eres fuerte, eres cobarde
y porque eres cobarde aprendes
a ser fuerte.
No eres de hierro,
eres humano y tienes que explotar
todo el sufrimiento que carga tu cuerpo
y tu alma.

Perder a un hermano te parece
un acto de injusticia
para el que no existe apelación
y nos queda aprender a vivir
con todo lo que trae la vida
desde que fuimos concebidos.

Se pierde a un hermano en la tierra
y se gana un ángel de gran valor
desde otro espacio, ese espacio
que todavía no conocemos
los que estamos vivos
y al que en algún instante volaremos.

Aprenderás a recordar con felicidad,
aprenderás a vivir con el dolor.
La vida duele y el dolor
es un acto de purificación.

Es natural que los estados
de ánimo se te confundan,
continúas llorando y el llanto
quiere llevarte a dormir lo eterno
de todo este padecimiento.
Quieres reír entre lágrimas creyendo
que se trata de una broma
de mal gusto, quieres manifestarte
desde todos los modos,
quieres sacudirte del torbellino,
quieres continuar viviendo a pesar de todo.
Aún te quedan esperanzas,
confías en que vendrán tiempos de dicha
que serán más largos que todos
los momentos de angustia.

Dices hasta pronto a tu hermano
y ahora desde algún modo
tratas de prepararte para ese viaje desconocido.

 
   MICHAEL RUSSBEL SANDOVAL PIZARRO
 07 de diciembre de 1993 - 11 de noviembre de 2018

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