Fracturas



Tocaría ese descanso…
ya lo había estado preparando
en cada pedaleada.
Lo tenía planificado
cuando salía con ella
sin mirar alrededor,
cuando nos despistábamos
del carril con el propósito
de volar por los caminos
y olvidar que existe
el verbo aterrizar.

Era momento de esa 
dolorosa pausa,
la había estado buscando,
buscando libertad
de dolor mientras andaba lejos
y respiraba distancias
sin pensar en el regreso.

Subir con ella 
siempre fue un reto
convertido en el deber
de cumplirlo. 
Competía con todos,
menos conmigo misma.
Me obsesioné con las rutas
hasta llegar a vivir el mañana
sin pasar por el hoy,
sólo pensaba a dónde llegaría
cuando aún no amanecía.

Y no existe el arrepentimiento,
subí todo lo que pude
hasta ese día
y bajé por esa última
vez con la sonrisa
coqueteándole al viento
y jugando con la adrenalina.

Era imparable la diversión,
pese a anteriores caídas.
Jugaba también con la vida,
la exponía más del ciento
por ciento. Coleccioné
golpes hasta llegar 
al que interrumpiría la colección.

Esquivé los consejos
que me rogaban que pusiera
un poco de frenos
a mis aventuras.
Me hice sorda a propósito,
me fracturé por un instante la vida
con mi terquedad.
Toqué el golpe de los extremos
y aunque lloré
nunca dejé las ganas
de volver a respirar
nuevos caminos en dos ruedas.

Y recuerdo que después 
de tanta risa
mientras bajaba extasiada
de velocidad, en segundos
quedé inconsciente y luego
cuando pude abrir mis ojos
me vi en la acera, derramando
mi sangre, observando distante
mi bicicleta. Apenas podía
comprender mi nueva realidad,
no había terminado de bajar,
no estaba en casa contando
los cuatro mil metros de altura
sobre el nivel del mar
en los que estuve y de los que regresé
para presumir con felicidad.

Tocaría ese descanso…
esa pausa que yo misma busqué.
Estaba en el suelo,
sin poder levantarme por mí misma.
Cuando me ayudaron
me desesperé, grité en llantos,
preguntaba por el estado de ella,
quería volverla a subir
para regresar a casa,
quería y quería lo que ya no podía,
el retorno fue en ambulancia.

Desde ahí mi pierna izquierda
ya no pudo sostener mis locuras
y en el espejo me horrorizaba
ante las heridas de mi rostro.
Desde esa pausa traté
de no perder la calma,
aunque no negaré 
que algunas veces la perdí.
Con perseverancia me recuperé
y lo que no me mató
me hizo más fuerte
y precavida.

Sólo fue un descanso
que necesitaba para aprender.
La baranda de aquel control
fue la que me frenó
al no usar los frenos de mi bicicleta.
Fue esa baranda 
la que me hizo ver estrellas.

Fue un tiempo en el que 
en lugar de caminar
salté con un sólo pie
y me apoyé en muletas
soportando el peso
de la férula que llevé
puesta en mi pierna izquierda.

Ahora es tiempo
de seguir viviendo.
Esa fractura no pudo 
detenerme, esa fractura 
no rompió por completo mi vida
afortunadamente.
Los miedos aún existen,
pero las ganas de vivir
son más fuertes 
que todos los golpes
que se reciban.

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