DEME RAZONES
Deme una razón por la que yo
pueda vivir cuando usted
se aleje. Deme dos razones
por las que no pueda ahogar
mi respiración en su hablar.
Deme tres, cuatro y una razón
más
para entender por qué su pecho
de acero
está golpeando el latir de mis
sentimientos
y está declamando la caricia
de su último sueño.
Deme por favor diez razones
que al desnudar el alba
se dupliquen en sus miradas.
Deme sus labios en el callar de
mis manos
que no pueden detener el tiempo
ni el daño que nos hacemos por
amarnos.
Deme diez por tres razones para
no extrañar
sus besos tan complejos,
deme el desvestir de sus
palabras
casi perfectas en mis
desaciertos.
Déjeme atar sus dedos a mis
dedos,
déjeme probar junto a usted
los años que no tengo.
No me importa ser prisionera de
sus viejos
tiempos, no me importan sus
ojeras
si me diera treinta y dos
razones
para no quererlas.
Deme treinta más diez razones
para limitar el aire y dígame
¿quiénes se benefician con
el fin de este inesperado amor?
Deme usted cuarenta y dos
razones
para pensar en disparates
y yo sé que mientras usted
toma el café
y yo aquel té,
la ebullición de mi dolor
y su dolor arruinará
la más mínima esperanza.
Deme sus caminos de cuarenta
y tres tropiezos
y déjeme la locura
de querer tenerlos;
vuestras preocupaciones
parpadean,
otra vez la tarde se acerca
y el vapor que de vuestras tazas
se ahuyenta haca más imposible
el deseo de que vuestro amor
tardío
sea eterno aunque no esté en el
cielo.
Usted merece respeto, la
sociedad
explicaciones para no
comprenderlas,
y yo, y yo señor que ya entendí
sus cuarenta y siete razones
he logrado entrar en su vida
con diecisiete caricias que hoy
han degustado la humildad de las
heridas.
Y sólo entiendo que no hay
nombre
para esto
si a mi edad puedo
confundir el amor;
eso es lo que usted piensa y lo
que
todos argumentan, pero no señor,
usted con su amplia experiencia
ha podido
caer en los brazos de la
inocencia.
Señor usted un hombre,
yo casi una niña
para las lenguas, la ley
terrenal
va a juzgarlo. ¡Ironía!, la ley
jamás ha castigado a los que
obligan.
¿Por qué a nosotros,
sí es la voluntad de vuestras
vidas?
Demasiadas razones entre Ud. y
yo,
números que desacreditan nuestro
amor
y ¿sabe algo más señor?, sus
primeras
líneas de expresión y las
astutas
canas de sus cabellos se me
olvidaron
porque amarlo es más que conocer
su cuerpo,
es más que entregarse a su
lecho;
amarlo a usted no es cuestión
de madurez
para hacerme mujer,
no es capricho
de un momento,
no es equivocación
de la que pueda
sentir arrepentimiento.
Las razones para amarlo se
sintetizan
en la dificultad para lograrlo
y es que su testarudez es miel
cuando charlamos, amarlo es
intentar explorar sus cuarenta
y siete años
que me restan razones
y me dan de beber su pasado.
Yo insistí
comenzar este amor,
usted lo consintió
sabiendo que la dichosa moral
social
iba a debilitar su gallardía
y con esto permitió que nuestros
corazones sean dos cadáveres
que aun en su estado deplorable
no dejan morir el amor y la
razón.
No olvide que las razones
de sus cuadros y pinturas
llevan la marca de las penas
de mis besos y mis poemas
sus lienzos blancos. Ya no
le puedo pedir razones,
pero si el favor de que suelte
mi brazo. Pinte sus
lágrimas,
olvide el ocaso, corrija el
ademán de su ceja, quítese
la piel de reptil que usted
no es veneno ni el hombre
furioso
que todos piensan, perfume su
soledad,
configure las notas de su violín
y regrese a su tiempo,
ahora soy yo quien lo aleja,
deje en libertad las razones
y déjeme a mi volar con ellas.
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