GOLPES EN LA PARED



Tiraste la puerta,
diste un golpe en la nariz
a quién escondiendo
sus ganas de que no llegaras
nunca deja de preguntar cómo estás.

Te sigues sintiendo gigante
para contestar un saludo,
arrojas tú saco a la cama,
fastidiado te desatas la corbata
y con la columna desviada
en el sofá planeas cómo golpearla.

Esas curvas en tus ojos
son el plano para estallar
tú dolor de cabeza, para apretar
tus puños y empezar a golpear
los puntos blancos de tú soledad.

Te muerdes las maldiciones,
te desenredas la garganta
con insultos, te place
abrir sus cicatrices,
violar su libertad
y pedirle perdón
después de concluir tú acción.

La vistes de morado
y de tanto curtirle la piel
la acaricias con tus verdes manos
que alzándose al cielo juran
amarla hasta dejarla
revolcarse en el llanto.

Siempre llegas culpando a la incomprensión,
te calmas sangrando
su deseo de renunciar a ser mujer
y con tú ensayado arrepentimiento
la preparas para que diga
que es digna de tú maltrato.

Desde que estás en casa
no has hecho más que buscarla
en cada ladrillo
y ahora que no te queda ninguno
por derribar, ella se ha ido.

No está detrás de la pared,
siempre estuvo de rodillas
sobre tú frente. Nunca la escuchaste,
siempre la hiciste callar
el martirio con el que la compartiste.

Amordazaste su dolor con un beso
reusado, fingido de compasión.
Ahora que ya no está arrinconada
en su resignación has perdido
la paciencia que nunca tuviste
y te das cuenta
que ni la pared
está soportando tus pocos esfuerzos
para controlar la brutalidad
que traes por dentro.

Estabas convencido de que no
quería perderte,
pero ahora tú estás perdido
destrozando en la pared
la felicidad que emborrachaste
por miedo a llorar días felices.

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