PRIMAVERAS ENVEJECIDAS


Son las de las esquinas perdidas,
vagabundas que duermen el día
para vivir la noche con faroles,
para vivir el azul y el negro
en un mismo tiempo si así lo requieren
sus amantes, clientes y dueños.

Son las de un ego artificial,
damiselas con lámparas para caminar,
son las de un sensual pasar,
quienes con sus tacones levantan el hambre
de los hombres y el polvo de la calle
que transforma en mestiza la noche.

Son las vampiras del dinero, sangre
del deseo, una lascivia confundida
en sus despeinados cabellos,
que sombríos brotan el dolor
de ser sostenidos por las manos de aquellos.
Son las de una fuerza que la sociedad
debilita, desprotege y desconoce por vida.

Son ellas las compañeras de contrato,
las de mozos y escandalosos golpes, cuales
bestias arrancan con sus uñas
los pelos sucumbidos de mujer alguna,
trayendo además navajas en sus bocas,
afiladas a un desentendido y ultrajado vestido.

Son las de rostros de alfombra,
que al sacudirlos devuelven el maquillaje
al químico aire. Son ellas un semblante
de papel que se moja, desvaneciendo
sus disfraces de coquetas complejas
a inocente sencillez natural y fresca.

Son flores que se fabrican para no
marchitarse más la falta de decoro
 a sus cuerpos les da arrugas primero,
aunque intenten taparlas al confiar
de una brocha que ventila apenas
una de sus hojas, son ellas las de vejez
nocturna y prematura.

Son las propietarias de unos labios
fresas en lo oscuro, alineados
a los tipos de besuqueos más perversos,
de esos que asaltan primaveras y las
extinguen a machos instintos;
labios tostados a media noche
con la etiqueta de un precio.

Son ellas las de un carmín, barato labial,
manchado en su tez a pasión temporal,
son ellas las de una fragancia vendida;
las de prendas desguarnecidas,
consumidas en el derroche de sus
pordioseras ambiciones,
una sensación de competencia sin valor.

Son ellas madres adicionales a lo normal,
cuajando el ingrediente de rameras
en los ojos inocentes de sus retoños
que no logran ver su profano andar.
Hijos bastardos, de sangre pisada
sin clemencia, hijos amenazados
por la vergüenza.

Son ellas las de manos que dan caricias
a quien da más, manos que claudican,
que se entregan a la prisión del sexo,
manos amorfas por ser pecadoras,
aunque de distintas formas den amor
caducado a todos los seres que amaron.

Son ellas las de una belleza
inútil de ignorar, las figuras de la mujer
manceba y desnuda, los cuerpos
emborrachados del sacrificio,
mojados por los tragos de quienes compran
sus pecados, cuerpos enfermos para muchos
 de pereza, regados con la  tinta
del insulto del más antiguo de los oficios.

Son ellas las mártires de plástico
que se rinden a una prepotente hombría,
pero que se levantan ante los prejuicios
de esos pedazos de carne que se hacen
llamar sociedad. Son ellas la síntesis
de prostitutas y el fumar de la maldad.

En la viña del cabaret existen
desde perras, gatas y fieras o rebeldes
sumadas a secuestradas e ingenuas.

Hay de toda mujer en la casa
del amor comprado e infiel.
Hay jóvenes que desperdician sus primaveras,
hay niñas que juegan a la primera vez
y hay mujeres que se entregan
escondiendo el corazón por subsistencia.

Son ellas las de una monotonía
encarecida, las presas
de la carnicería, las expertas
en fingir amor, en aguantar el asco
de esa saliva a embriagado;
las de huesos recorridos por sucios besos
que se vomitan por dinero.

¡Cobardes los halagos que
se compran con dinero!
y la desvergüenza entre sábanas
e interiores da las vueltas.
¡Cobardes los hombres de bolsillo
que se prestan para romper la pureza!

Son ellas cama en todo tiempo,
secreto que alguien ignora
y todos lo saben.
Son ellas el rechazo del rechazo,
de un pasado despechado
que se señala con todos los dedos.

Ellas son el saber de la ignorancia,
de esa castidad no perdida después
de vender el cuerpo con rebeldía
y ocultar con astucia los sentimientos.

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