DOLOR AL ALMA
Sé que un
alma no puede ser de acero,
pero la que
ella llevaba puesta
lo era no
por falta de nobleza
sino por
lo que su nobleza podía soportar.
En la
carilla de una de las hojas
de su
cuaderno de versos
vi
recostarse a sus pensamientos.
Estaba en su
segunda década
vacilando tantos
anhelos,
meditando lo
que muchos le prometieron
y con el
tiempo jamás cumplieron.
Cuando la
decepción la atacaba
leía las
historias que su memoria inventaba,
hablar con
ella era comprender
un libro sin
necesidad de leerlo.
Cuando
estaba molesta todos pensaban
que era
feliz, era casi un fenómeno
para ellos,
demasiado humana para sentir.
Nunca
marchaba al marcar de las manecillas
del reloj,
cualquier reloj estaba controlado
por su
carrera de atleta.
Su cuarto
era una biblioteca,
su vida una
colección de momentos
de los que
pudo registrar
lo que ahora
está escribiendo.
Cargando la
cruz de la abnegación,
en su alma
le fastidiaban las sobras
que le
tiraban de los que por verla
tan humilde
saciaban su apetito
con el
quehacer de los pensamientos
de aquella
que lo dio siempre todo.
Tenía tantos
retratos sin fotos,
tantos olvidos
en sus respiros,
tantas ganas
de saltarse
la línea de
la dignidad eterna
con
sacrificio para aventurarse
a la de la
dignidad temporal
con la venta
de su sacrificio.
Tenía tantas
ganas de no hacerlo
que prefirió
aprender cualquier oficio,
desempeñarse
en cualquier otra función
con tal de
no ser periodista solo por
salir en la
televisión.
Con un dolor
al alma vivía las estaciones
del año
entre su brillante inteligencia
y los que no
la supieron valorar.
Antes que
justificar el fin por los
medios prefirió
limpiar a
los medios
para que el fin
tenga una
razón de serlo.
Prefirió un
siete para arrastrar
la nota de
una materia habiendo
asistido a
clases, dando más de
lo que le
pedían sus maestros
a obtener un
diez asistiendo
dos veces
por semana
y entregando
tan solo por cumplimiento
las tareas
que ni siquiera
eran leídas
para ser calificadas.
Vivía con un
dolor al alma,
estaba cansada
de que rompieran
con toda
facilidad sus ilusiones,
y es que un
día se dio cuenta
que todos
sus desvelos,
sus
sufrimientos, sus esfuerzos
físicos y
mentales, su pasión
para
entregarse a sus ocupaciones
habían sido
llevadas al vertedero.
Ella no
padecía de ninguna
enfermedad,
en sus cien libras
de peso era
más sana
que aquellos
cuerpos corpulentos,
ella solo
vivía con un dolor al alma
que frustraba
el control de sus nervios.
Ella llevaba
en sus huesos
el alma que
apuñalaban
aquellos
hermanos, amigos, maestros,
aquellos que
decían admirarla,
pero que en
realidad solo querían usarla.
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