EL NIÑO QUE NO FUE
No salgas de ese cuarto pequeño,
tú edad es muy tierna
para entender la desesperación
que a mordiscos de carne viva
tus padres se arrancan
reclamándose las rosas
y los piropos de la conquista.
Quédate detrás de esa puerta
tapándote los oídos,
no sabes cuánto mal
te hará escuchar
la bestialidad de sus palabras,
la insensatez de su fatalidad.
Cúbrete con las manos
el rostro, es mejor que no los veas
devolverse el hierro
en la inmadurez de sus cuerpos;
sé que mañana preguntarás
por sus heridas,
ellos ya sabrán qué decirte.
Es inevitable que no los dejes
de pensar en la escuela,
que no quieras jugar en el receso,
que esquives a todos los que te pregunten
qué es lo que te ha sucedido.
¡Niño..! otra vez con los pantalones mojados,
tus compañeros burlándose
y el maestro diciéndote marica.
Si supieran ellos que de tanto
pensar en tus padres
y en el vecino que te invita
a su cuarto a ver películas
te olvidaste de ir al baño.
No vayas niño, no le hagas
caso al vecino,
sé que tú madre está dormida,
aunque no entiendas por qué en
el velador hay un frasco vacío
de pastillas y debajo de él
algo parecido a una
carta de despedida.
Tú padre ha llegado, escóndete niño
debajo de la cama, él trae un látigo
en la mano, ésta furioso porque
ya le contaron que te ensuciaste
el uniforme, no salgas de ahí niño.
Y de ahí nunca salió, se quedó
atrapado en ese infierno,
temiendo a todos
hasta sus sueños.
Un día vi al niño cruzar con la barba
colgando hasta el pecho,
un plato de sobras temblando
en su mano, un agujero
en su oreja y otro en un bote
en el que la gente le depositaba
cualquier moneda después
de escucharlo entonar la armónica.
Me pregunté si su padre
logró pegarle hasta cansarse,
si algún día leyó la carta
de su madre, si aceptó
la invitación de su vecino,
si continúo siendo la burla
de sus compañeros,
si creyó lo que su maestro le decía,
si nunca olvidó que al abrir la puerta
de su cuarto veía a sus padres
arrancarse los ojos
y a sus ojos llorar a escondidas.
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