DAME ESAS PASTILLAS
No estaba en su
habitación,
estaba abriendo el
refrigerador
tomando lo primero que
veía,
viendo todo de forma
aturdida.
Mordía un pedazo de
mortadela,
a ella no le gustaban los
embutidos.
En sus pasos estaba sin
ser,
al llegar a su cuarto
pensaba para ser.
Quería olvidar que
existía,
quería pensar sin ser
ella,
ella estaba envuelta en
papeles,
los papeles eran la
sábana de su colchón.
Ayer pasó toda la noche
despierta,
sus emociones de grises,
su bata mojada de
lágrimas
y el insomnio ingerido de
su café.
Se guardó en su misterio,
se confesaba cuando
escribía,
cargaba con un vacío,
se miraba como a una
intrusa.
Salía de casa con
excusas,
más de una noche que no
soñaba,
las almohadas estaban
frías,
las clases no compensaban
sus sacrificios.
Ayer tomó pastillas para
estar despierta,
para no morir de sueño en
el trabajo,
para amanecer desvelada
estudiando,
para no ser interrumpida
por el cansancio.
Esta noche permanece
dormida,
nadie sabe que se ha
enamorado,
que hoy se le escapó a la
rutina,
que tenía ganas de pedir
auxilio.
“Será el mayor de mis
poemas
la conjunción de mis
problemas,
el desahucio de mis
fuerzas”.
Lo escribió antes de
dormir.
Estaba ansiosa,
desconfiando
de sí misma, se perdió
entre lo que era
y lo que querían que
fuera.
Ya no miraba a los ojos
para que no descubrieran
que fue con disculpas
a la farmacia de la
esquina.
Por eso está dormida,
en el velador hay una
caja de pastillas,
se tomó tres otra vez,
quería estar sin sentir
su alrededor.
Se levantó como si
hubiese
dormido pronto, pronto
amanece
para ella que se induce
y se quita el sueño con
tabletas.
Vive fuera del mundo
y el mundo fuera de ella,
esas pastillas le quitan
la memoria,
le aligeran los latidos.
Esta noche le dije:
“Dame esas pastillas,
debes aprender a dormir
sin ellas
o las dejas o ellas te
llevan”.
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